sábado, 30 de agosto de 2008

Reflexiones

ACERCA DE NUESTROS ESTADOS DE ÁNIMO

Jorge Meléndrez

Con demasiada frecuencia advertimos que nuestra vida gira alrededor de nuestros estados de ánimo, situación ante la cual, no debemos preocuparnos cuando el origen de los mismos esta en el contexto de nuestras emociones positivas como son el amor, el respeto, la verdad, la generosidad, y la solidaridad con nuestros semejantes, pues estos son estados de animo edificantes para nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

En cambio, sí debemos preocuparnos cuando los estados de ánimo que circundan nuestras acciones cotidianas, o que de alguna manera funcionan como controladores de nuestras decisiones, están basados en cúmulos de emociones negativas, que si las dejamos crecer, se convierten en elementos discordantes y perniciosos para nuestra salud y desarrollo personal. Deseo centrar mi atención y comentarios en algunos de esos estados de ánimo que cuando los dejamos crecer, nos trastocan la vida y nos laceran el alma. Uno de ellos es el desaliento, otro más es el resentimiento y otro más es el miedo.

El desaliento ha sido señalado por muchos estudiosos de la conducta humana como algo que nos impide desarrollarnos como seres humanos en plenitud, ya que actúa como un freno emocional que nos limita en el conocimiento y por lo mismo, nos coloca en la pusilanimidad. A causa del desaliento desajustamos nuestros propósitos de vida y nos perdemos en las vicisitudes de lo cotidiano, pues abandonamos todo intento de lucha por salir adelante. El desaliento es un estado de ánimo pernicioso por el simple hecho que nos embarga y nos hace relacionarnos con nosotros mismos y con nuestro mundo desde la resignación. Hay algo que interpretamos como inmutable en nosotros mismos y en el mundo en que nos ha tocado vivir; es algo que nos resulta negativo, frente a lo cual no podemos abrir posibilidades nuevas y distintas. Nos sentimos condenados a futuro a vivir en este estado negativo.

El resentimiento por su parte, es una emoción negativa que a diferencia del desaliento está enfocado a otros, es el estado de ánimo que nos ayuda a justificar nuestras malas acciones en contra de los demás y es, metafóricamente hablando, la viga en el ojo propio con el cual cubrimos y nublamos nuestra vista para no ver las cualidades de quienes nos rodean y frente a quienes nos sentimos lastimados por el simple hecho de no pensar, decir o hacer las cosas como nosotros pensamos. El resentimiento tiene como antecedente la soberbia y juntos anidan al rencor hacia determinadas acciones, situaciones o personas. El resentimiento debemos verlo como un veneno que tomamos diariamente en pequeñas dosis, y que sin darnos cuenta, llegará el momento que limitarán nuestra existencia. Es un veneno que saboreamos sobre todo cuando rumiamos nuestros recuerdos negativos sobre alguien con quienes nos unieron lazos afectivos. Así es, nadie tiene un resentimiento sobre alguien, si no hubo de por medio un afecto positivo. Así de pernicioso es este estado de ánimo, el cual debemos identificar plenamente para desterrarlo de nuestra alma.

Respecto al miedo, podemos decir que este es une sentimiento o estado de ánimo que surge cuando nos dejamos llevar por lo desconocido, cuando perdemos la perspectiva de las cosas y lejos de analizarlas con objetividad sentimos una perturbación angustiosa en nuestra vida, originada por un riesgo o perjuicio real o imaginario. El miedo ha sido definido también por estudiosos de la psicología transpersonal, como la aprensión, recelo o incertidumbre que uno tiene por que los resultados que uno desea, sean contrarios a los esperados y en nuestro perjuicio. Este sentimiento polariza y destruye toda capacidad de razonamiento y por lo mismo, nos impide ver las soluciones muchas veces al alcance de nuestras manos.

Estos tres sentimientos van de la mano, y muchas veces no podemos discernir sobre el nivel de la intensidad de cada uno. Algún caso típico de desaliento muchas veces se inicia con un miedo terrible a hacer mal las cosas, es una combinación de desconfianza en nuestras propias capacidades y finalmente caemos en un bache de resignación de que no podemos ser como quisiéramos. Y es ante esta situación de miedo o temor y desaliento o desconsuelo, que lejos de fincarnos responsabilidades a nosotros mismos, volteamos los ojos a terceras personas a quienes culpamos de nuestras frustraciones, y entonces completamos la triada, con el resentimiento o el rencor.

Debemos aprender a estar conscientes de que somos seres humanos sujetos a estas situaciones y por lo mismo, a estar alertas para llenarnos de fortaleza para seguir adelante, y vencer el desaliento, tener confianza en nosotros mismos y seguridad en nuestros talentos y capacidades y sobre todo en nuestra disposición de aprender para vencer los miedos a lo desconocido, y sobre todo, respeto y amor por nuestros semejantes para no dejar entrar en nuestro ánimo las malas ideas y pensamientos negativos. JM Desde la Universidad de San Miguel.

udesmrector@gmail.com
Reflexiones

APRENDER A VALORARNOS COMO HUMANOS

Jorge Meléndrez

Los seres humanos somos de naturaleza gregaria, por el simple hecho de que nos necesitamos mutuamente para la sobrevivencia. Este gregarismo, se acentúa aún más cuando nos damos cuenta que somos muy vulnerables estando solos, ya que además de los peligros naturales a los que podemos estar expuestos, somos presa fácil de nuestras negatividades al sentir la soledad que nos invade. Esta es la razón por la cual buscamos afanosamente estar en permanente convivencia con nuestros semejantes, pues hemos aprendido que muchas cosas que nos son adversas, se solucionan mejor viviendo en grupos sociales y dentro de estos, formando equipos solidarios para la solución de nuestros problemas.

En efecto, a partir del momento histórico en que el ser humano se reconoce como gregario y empieza a vivir como tal, ha evolucionado en forma constante, y ha desarrollado entorno a él una red de relaciones y fenómenos que entendemos por sociedad. Estas relaciones poseen su propia naturaleza y constantemente son utilizadas como parte de su desarrollo personal y espiritual.

Hay que advertir además, que a pesar de este sentimiento gregario en el que hemos vivido desde la creación, con frecuencia buscamos la soledad y el aislamiento, sobre todo cuando tenemos el interés de buscar en el interior de nuestra conciencia, aquellos rasgos de personalidad de nos aquejan, condición natural del ser humano que aprende y busca constantemente la fuente de la sabiduría dentro de un contexto espiritual. Ese aislamiento es incluso recomendable cuando se quiere mantener una vida afectiva y feliz con quienes nos rodean.

Lo curioso es que siendo verdad esta dualidad, el de ser gregario y necesitar de la soledad, vivimos también sentimientos que nos confunden y nos lleva por caminos enrarecidos, sobre todo cuando dejamos que las emociones negativos nos invadan y nos laceren el alma, Así son los sentimientos como la envidia, la vanidad, la soberbia, la maledicencia entre otros, que nos hacen ver a nuestros semejantes como enemigos, llegando incluso a trastocar nuestra mente permitiendo que rebasen los límites del respeto, la tolerancia y el amor a nuestros semejantes.

Cuando caemos en esta condición degradante, dejamos de ser hombres, seres humanos pensantes y nos convertimos en animales no domesticados, es decir, animales salvajes que atacan sin piedad a otros sin el menor remordimiento por las consecuencias e incluso, tratando muchas veces de justificar dichas acciones cuando a todas luces son injustificables. Algo pasa en el ser humano cuando pierde su conexión con Dios, y conecta sus oídos a la voz del maligno, quien se presenta disfrazado de lujos, comodidades, poder, riqueza y demás placeres de la vida que pueden conseguirse de manera fácil y sin esfuerzo alguno. Este es el preciso instante en que dejamos de ser humanos para convertirnos en inhumanos, en seres que perdemos la perspectiva de la vida humana y el valor de lo divino como esencia.

Cuando una sociedad pierde de vista el valor divino de lo humano y el valor absoluto de la vida, es cuando empieza la degradación de lo humano, situación que muchas veces sucede casi de manera imperceptible, pues el maligno nos habla al oído y nos hace sentir que todo está bien y el encuentro de lo placentero nos nubla la vista y la razón.

No hay ser humano que alejado de Dios se resista al maligno, pues mientras que el Señor nos reclama una vida de sacrificio, lejos de las banalidades y cerca del amor por nuestros semejantes, el maligno nos ofrece placeres y nos dice que la única vida que vale la pena vivir es la nuestra, sin importar la de los demás. Egoísmo puro y soberbia galopante. Los que caen no son los más débiles, sino los más alejados de Dios; por eso es que la única fuerza con la que el maligno no puede ni podrá nunca, es la oración y el amor a Dios y a nuestro prójimo.

Es tiempo de empezar a valorar nuestra vida y la de los demás seres humanos, de todos aquellos con quienes convivimos a pesar de nos ser de la misma familia o del mismo clan social. Todos somos necesarios, todos podemos ayudarnos los unos a los otros, todos podemos ser subsidiarios de cada uno. Todos podemos vivir dentro del respeto a la vida y del orden social. Vivir en una sociedad así es la legítima aspiración de todos, y debemos empezar aprendiendo a valorarnos como humanos dentro del orden espiritual y el plan divino de la creación. No podemos seguir siendo caínes de nuestros hermanos. JM Desde la Universidad de San Miguel.
udesmrector@gmail.com