miércoles, 7 de mayo de 2008

Reflexiones

LA DEMOSTRACIÓN DE LOS AFECTOS

Jorge Meléndrez

Los seres humanos hemos sido formados a imagen y semejanza del Altísimo, y siendo éste último amor puro, el hombre, en consecuencia, ha sido dotado de un sinnúmero de afectos que en esencia significan la manifestación múltiple de muchas formas de expresar el amor. Es innegable entonces que el equilibrio de la vida y sobre todo de la coexistencia entre los hombres, debe de estar regida por el amor y sus manifestaciones de todo tipo.

El amor es el afecto supremo, y de éste se derivan otros tantos que hacen del hombre como especie de la creación, un ser afectivo en todos los órdenes de la vida, es decir, capaz de dar y recibir en abundancia para bien de sí mismo y de los demás. Esta es una ley inexorable de la vida, que debe ejercerse libremente y con humildad en todos los aspectos y circunstancias de nuestra vida, y en ese sentido, el mejor escenario es la familia, ya que esta es en esencia el mejor pilar para el desarrollo de los afectos. Ciertamente, la base de la felicidad se encuentra en la demostración de los afectos, pero éstos hay que sembrarlos y precisamente la familia es el terreno más fructífero

El núcleo familiar es el mejor nido para cultivar los afectos desde los primeros años de nuestra vida, los que habrán de desarrollarse en el escenario de la sociedad cuando empezamos a crecer y madurar como personas. Para poder crecer como personas, es importante vivir en medio de afectos, preservándolos, demostrándolos y fomentándolos, en suma, siendo emisores y receptores de los mismos, para lo cual, se requiere que el ser humano mantenga un espíritu abierto, expresivo y volcado hacia los demás, ya que de esta manera, el proceso de crecer y madurar como ser humano se dará de manera natural.

Con frecuencia nos mostramos reacios a demostrar los afectos, pues consideramos falsamente que ello puede ser una muestra de debilidad frente a los demás, cuando en realidad el solo hecho de “dar” nos engrandece como personas. En el otro extremo, encontramos también a quienes solo son hábiles para recibir, sin haber aprendido nunca a dar, lo que en esencia significa también la vivencia de un falso orgullo. Por eso se dice, que el hecho de demostrar afectos hacia los demás, debe de ser un acto libre y espontáneo, sin que para ello medie la actitud egoísta de pensar en recibir algo a cambio, actitud ante la cual, la vida misma se encarga de retribuirnos a través de los efectos de la ley del dar y recibir.

No hay que dudar nunca sobre la veracidad de las muestras de afecto que recibimos, pues a pesar de que provengan de personas que consideramos poco sinceras, el solo hecho de recibirlas con amor y sinceridad, éstas se convierten en un flujo positivo para nosotros en el momento mismo en que son manifestadas. Esta es la magia como opera el Cosmos como obra divina de la creación. Esto significa que en nuestras manos está todo el equilibrio de la vida, pues siendo afectivos y afectuosos, tendremos siempre la capacidad de convertir maldiciones en bendiciones. Hacer lo contrario, es bloquear el flujo de la suprema ley del dar y recibir manifestada en el orden de los afectos.

Si cada hombre y mujer manifestaran siempre muestras de respeto, admiración y cortesía a sus semejantes, debemos estar seguros que todo ello les sería devuelto de manera casi inmediata y en mayor proporción. Para ello, solo se requiere mantener los brazos abiertos a recibirlos y aceptarlos. Si no lo hacemos, es posible que los afectos no lleguen hasta que estemos preparados para ello.

Cuando los seres humanos no sabemos dar amor, respeto o no valoramos las acciones de los demás, estamos cerrando nuestra conciencia de dar, sin percatarnos que el dar sin esperar nada a cambio, nos brinda la oportunidad de sentirnos útiles. El solo acto de saber dar, es una fuente inagotable que nos provee de satisfacciones.
Cuando decimos que al dar no debemos esperar nada a cambio, lo que realmente significa es que no debemos exigir que la persona a la que le estemos dando responda como nosotros deseamos, pues aún a sabiendas que es hermoso que alguien responda recíprocamente a nuestras muestras de amor y afecto incondicional, debemos estar seguros que siempre habrá quién lo haga posteriormente, aún incluso alguien distinto a quién recibió. Esta es la magia de la ley de los afectos, pues en la vida, no hay nada que quede sin recompensa, todo se devuelve, y si has hecho el bien, ese bien regresará a ti manifestado en las diferentes personas que conozcas y en las diferentes circunstancias que se te presenten.
El no saber dar, es un estado de pobreza espiritual que te lleva a un estado de vacío interior permanente que se irá ampliando en la medida en que no lo comprendas. Esta pobreza espiritual, te lleva a pensar que nadie te quiere y que nadie te valora, cuando en realidad eres tu quien no ha aprendido a querer ni a valorar ni demostrar afecto a los demás. JM Desde la Universidad de San Miguel.

udesmrector@gmail.com