domingo, 27 de abril de 2008

Reflexiones

ENTENDIENDO EL ORIGEN DE NUESTRAS FRUSTACIONES

Jorge Meléndrez

A lo largo de los tiempos, los seres humanos hemos tratado de mantener un equilibrio en nuestra vida, y nos hemos refugiado en aquellos descubrimientos que han sido estudiados en todos los campos de nuestra vida; en el campo físico-corporal por la medicina hipocrática en el mental-emocional por la psicología y psiquiatría y en el espiritual por las religiones de todos los tiempos. Sin embargo, y a pesar de tantos conocimientos sobre si mismo, aún persistimos en los mismos males y vivimos con los mismos pesares de siempre e incluso de mayores dimensiones.

Hoy sabemos que el cuerpo se enferma por causa de problemas emocionales como son la ansiedad, los miedos, las frustraciones entre otros, que a su vez son causados por una intensa carrera por poseer todo aquello que suponemos nos dará la felicidad ansiada, sin darnos cuenta que es de esta manera como perdemos el equilibrio de nuestra vida.

Fulton J. Sheen escribió alguna vez allá por el año de 1949, que “…los complejos, las ansiedades y los miedos del alma moderna, no existían con tanta amplitud en las generaciones previas, por que se habían librado de ellos al integrarlos al gran organismo socio espiritual de la civilización cristiana, [pero que son] sin embargo, una parte tan constitutiva del hombre moderno que podría pensarse que nos fueron tatuados.”

Es claro que el tipo de frustraciones y miedos de las generaciones del siglo pasado, no eran de la misma naturaleza y causa de las que vivimos en la postmodernidad, pues en la actualidad estas nos son generadas por la falta de poder y de dinero, en tanto que antes estaban más ligadas con lo que desconocíamos de nuestro entorno. Esto ha sido así, por el simple hecho de que las enfermedades del alma aumentan en proporción directa del alejamiento del hombre de Dios.

Por lo tanto, para recuperar un perfecto equilibrio de nuestra vida y sobre todo una paz duradera en el alma, es necesario mantener una actitud de fe y esperanza de que todo lo que nos rodee debe ser respetado en su integridad, por ser parte del plan divino de la creación, lo que significa además, que debemos mantener una perfecta armonía entre el hombre y la naturaleza.

Al respecto, Fulton J. Sheen dice que “…el origen de este conflicto, ha sido relatado por los teólogos medievales y modernos, a través de la analogía de la música. Imagínense una orquesta en el escenario, conducida por un célebre director que dirige una hermosa sinfonía compuesta por él y donde cada miembro de la orquesta es libre de seguir las indicaciones del director y producir, de esta manera, armonía. Pero cada ejecutante es también libre de desobedecer al director. Supongamos que uno de los músicos toca en forma deliberada una nota falsa y luego induce al violinista de al lado a hacer lo mismo. El director, al escuchar la disonancia puede hacer dos cosas: o bien golpea con su batuta y ordena que se repita el compás, o puede ignorar la disonancia. Nada de lo que haga cambiará el resultado ya que la disonancia se ha instalado en el espacio, a una cierta temperatura y a una velocidad de 1,100 pies por segundo. Sigue y sigue y afecta hasta las radiaciones infinitesimalmente pequeñas del universo.”

Podemos fácilmente intuir que si esto es así, Dios, a lo largo de los tiempos se ha dedicado a “corregir” las imperfecciones de la creación introducidas por el libre albedrío del ser humano, que aún persiste en alimentarse del “fruto prohibido” y ser aconsejado por el maligno que lucha por convertir la perfecta armonía divina en un campo de batalla. ¿Podemos imaginarnos cuanta desarmonía han provocado las guerras? ¿Podemos cambiar este desequilibrio que nos generan frustraciones y complejos? Indudablemente que sí, si empezamos a retomar a Dios como el centro de nuestras vidas y nos alejamos de todo aquello que nos perturbe la paz en el alma.

Entonces y solo entonces, empezaremos a comprender el plan de Dios en nuestras vidas y nuestros cuerpos dejarán de enfermarse por que al sanar nuestro espíritu y nuestra alma, dejaremos de tener enfermedades emocionales como son los complejos y las frustraciones.

Ser una persona espiritual, es caminar por la vía de la paz. Solo la vía de la paz, nos conduce sin lugar a dudas hacia nuestro origen. Nuestro origen, es nuestra verdad original y la encontramos en Dios y en nuestro corazón y al encontrar el origen de nuestras frustraciones en nuestro corazón estamos aprendiendo el arte de la paz. JM Desde la Universidad de San Miguel.

udesmrector@gmail.com
Reflexiones

APRENDER A CONOCER LA VERDAD

Jorge Meléndrez

Los seres humanos tenemos la tendencia a interpretar todo según sea nuestra conveniencia, de tal suerte que alguna cosa o circunstancia es buena, si lo es para nosotros, sin importar si lo es para los demás. Este es y será siempre un enfoque personal y obviamente no reflejará nunca la realidad de las cosas, pues su matiz es altamente egoísta y egocentrista.

El Poeta español Ramón de Campoamor, (1817-1901) es el autor de un poema donde uno de los versos dice: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, lo que de igual manera nos indica, según el lírico poeta, que la vida es para cada uno de nosotros, según la interpretemos.

La sabiduría popular ha sacado de contexto la última frase del verso de Campoamor, para dar a entender que en la vida los seres humanos interpretamos las circunstancias y hechos que nos suceden, según los beneficios o perjuicios que podamos sentir, de tal suerte que en todas las cosas, hay tantos puntos de vista como criterios humanos existan y, sobre todo, intereses personales. En una palabra, egoísmo puro.

Al respecto, otro dicho más popular es el que reza: “Cada quién habla según cómo le va en la feria,” el cual se interpreta que una misma situación o circunstancia, puede ser interpretada de maneras distintas, y que muy a pesar de que determinada situación sea de amplio beneficio para muchos, siempre habrá quienes se sientan perjudicados, sin que ello signifique que la situación sea benéfica o perjudicial per se, sino que por el contrario, somos los seres humanos los que trastocamos la verdad al amparo de percepciones muy particulares. Este es en realidad un dilema de “verdad filosófica”, donde el valor de las cosas, situaciones o circunstancias, están por encima de la interpretación que hacemos los humanos.

Podemos ver que mientras que algunos acuñan refranes populares, otros, se expresan a mediante poemas de lírica romántica y el contexto será siempre el mismo, la verdad estará siempre por encima del hombre, la circunstancia y la interpretación. En efecto, esta condición del ser humano de interpretar todo según su propia conveniencia, no tiene nada que ver con los niveles culturales en los que se desenvuelva, ni siquiera con los diferentes criterios y percepciones que hacemos de la realidad, sino fundamentalmente con el nivel y grado de compromiso personal con Dios y en consecuencia con la espiritualidad que vivamos.

Es por ello que debemos aceptar que por encima de todos los criterios e interpretaciones humanas, la verdad es, la verdad existe, y su valor no puede estar sujeto a percepciones de ninguna especie. De aquí la importancia de que los seres humanos aprendamos a conocer la verdad, y dejemos a un lado las interpretaciones que lo único que hacen es alejarnos más de la verdad misma.

Aprender a conocer la verdad, es aprender a conocer y a vivir de acuerdo a la palabra de Jesús, cuyo testimonio más claro fue el que podemos leer en Juan 14:6, cuando el propio Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí” Entonces, por más que el hombre intente “interpretar” la vida a su conveniencia, nunca podrá poseer la verdad suprema, pues esta debe estar siempre relacionada con el contexto espiritual que viva.

Una verdadera interpretación de lo que nos dice Jesús, es que Él es el único camino, para llegar a conocer la verdad, y al mismo tiempo, que Él sí es capaz de llevarnos a la verdad y la consumación de nuestra vida. Jesús no es un hombre que viva a ciegas o que vaya por el camino buscando la verdad, pues Él es la verdad, ya que viene de Dios, está guiado por Dios y sabe muy bien cómo y por dónde llegar a ser un hombre de verdad.

Jesús, siendo hombre, nació, vivió, e hizo su propio camino, superando muchas dificultades, pero llegó a la meta verdadera, la meta de una perfecta humanidad, exaltado por Dios, ahora es el Señor y el Centro del mundo. El ha hecho la peregrinación verdadera del ser hombre, y ha llegado a la humanidad perfecta, a la vida verdadera y eterna. A través de Él, aprendemos a conocer la verdad. JM Desde la Universidad de San Miguel.

udesmrector@gmail.com